Carhué – Villa Epecuén
Por Ramiro Pozzo
“La artemia salina es nuestra estrella; es un crustáceo rico en proteína y caroteno que le da la coloración al flamenco austral. Este tiene unas lamelas en el costado del pico como las de las ballenas. En su lengua, que es larga y áspera queda la comida. Come de una manera tal que filtra el agua y elimina las impurezas del lecho de la laguna. Su presencia hace que el agua tenga esa calidad.” Los humedales, la laguna, su flora y su fauna y los más de 30 mil flamencos australes están al cuidado de Viviana Castro, guardaparque del Distrito de Adolfo Alsina. No solo cuida la reserva natural que es la Laguna de Epecuén, sino también distintos ambientes naturales que tiene el distrito de Adolfo Alsina, con más de 3 mil kilómetros de caminos rurales y diferentes zonas naturales a proteger.
Viviana reside en Carhué, a pocos kilómetros de su pueblo natal, Villa Epecuén en el que nunca podrá volver a habitar porque ya no existe como tal. Villa Epecuén hoy no es más ni tampoco menos que los restos de una ciudad balnearia que había quedado totalmente bajo agua aquel fatídico 10 de noviembre de 1985.
En la década del 20 se había establecido una villa turística a las orillas de la laguna salada de Epecuén con toda la infraestructura pertinente. Era una fuente de aguas curativas que atraía a turistas de la región y del exterior. En poco tiempo, el pueblo ya contaba con una estación de tren y para los años 70 su población llegó a hacer pico en cinco mil habitantes.
Una inundación que dio aviso en 1978 obligó a construir una barricada que se iba levantando con los años a medida que crecía el lago. El día bisagra de 1985, con la laguna peligrosamente crecida, un fuerte temporal hizo que cediera el terraplén y que el pueblo quedara sepultado diez metros bajo agua salada. El agua dulce invasora tardó décadas en evaporarse.
Los mil quinientos habitantes estables tuvieron que evacuar hacia dónde podían. “Nosotros con mi mamá, mi hermana e hijo de un año nos fuimos por un tiempo a Buenos Aires a casa de mis otros abuelos, pero mi papá se quedó evacuando a su gente y a mis abuelos paternos. Luego nos establecimos todos en Carhué”, relata Viviana. “Para que se tenga una idea, el hotel de mi bisabuela en Epecuén tenía capacidad para 150 personas. No había recursos ni galpones, para evacuar tanta cantidad de cosas. Tuvimos que empezar de cero. Por suerte mi papá era un albañil reconocido en la zona y pudimos salir adelante.”
La necesidad de regular el nivel de la laguna para tener turismo todo el año habilitó una obra que conectaba a “las Encadenadas”, varias cuencas de agua dulce al norte de Carhué; trabajo que quedó inconcluso con la llegada de la dictadura. “La Laguna de Epecuén es una cuenca endorreica cuyas únicas entradas son arroyos como el Pigüé y que, si no hubiese habido entrada de agua externa, producto de la mano del hombre, Epecuén no se hubiera inundado.” asegura Viviana. Pero las propiedades de la laguna quedaron inalterables. La permanente presencia de los flamencos australes y tantas otras aves que eligen nidificar ahí así lo demuestran.
Desde la Secretaría de Turismo de Adolfo Alsina se trabaja para que las ruinas no sean sólo eso. Además de la planificación para recibir la llegada espontánea de turistas, asegurando que haya infraestructura para su comodidad, se generan actividades que atraen a estudiantes, deportistas, y aventureros y curiosos. Grupos de kayakistas llegan con sus embarcaciones a ver las ruinas de Epecuén desde otra mirada. Maratonistas, nadadores, triatletas buscan nuevos entornos donde quemar sus calorías.
El turista hoy llega hasta Carhué en auto o colectivo. El tren por ahora no es opción. Allí tendrá toda la infraestructura hotelera y gastronómica necesaria para su comodidad. Gozará de piletas de aguas termales, tanto cubiertas como a cielo abierto, relajantes y curativas; podrá recorrer la obra del arquitecto siciliano Francisco Salomone con sus imponentes edificios municipales de estilo Art Decó; conocerá detalles de la Campaña del Desierto que tenía a Carhué como base militar estratégica; quizás visite pueblos vecinos de colonización judía como Rivera o de alemanes del Volga que se establecieron en San Miguel de Arcángel. Y aunque ya no están los balnearios de antaño, disfrutará de la Playa Ecosustentable Carhué-Epecuén.
Principalmente, el turista no se privará de recorrer los siete kilómetros que separa Carhué de un conjunto de manzanas prolijamente trazadas con restos de viviendas, escuelas, hoteles, restaurantes, comercios, iglesias, y hasta de un matadero, que relatan una historia de bonanza, de tragedia y de adaptación. “Nuestros mayores se fueron muriendo de tristeza. Lamentamos irnos del lugar donde nos vio nacer y crecer. Perdimos nuestras raíces”. Se apena Viviana Castro. “pero al día de hoy los restos del lugar siguen generando esa energía tan potente que tenía Epecuén. Sigue siendo mi lugar en el mundo”.
Hay un equipo de dieciséis científicos trabajando en el área desde hace cinco años. Geólogos, paleontólogos, arqueólogos, biólogos, investigan sobre la estratigrafía de Adolfo Alsina y una colección de fósiles de AA que muy pronto estarán a acceso público.
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