
Carlos Gesell: el domador de los médanos


Inventor y autodidacta, Carlos Idaho Gesell fue el fundador del famoso balneario bonaerense que hoy lleva su nombre. Un hombre que, contra viento y marea, logró convertir un desierto de arena en un bosque.
Carlos Gesell nació en 1891, sus padres habían venido de Alemania y eran los dueños de la renombrada “Casa Gesell”, un negocio de venta de artículos para niños y bebés. Con el tiempo, Carlos se convirtió en el gerente industrial del negocio familiar. Autodidacta, creativo e inquieto, dedicaba su tiempo a la mejora de la fábrica, que se distinguía por sus modernas e innovadoras técnicas de producción industrial.
La vida de Carlos fue intensa, viajó por Europa, vivió un tiempo en Estados Unidos donde patentó distintos inventos y se dedicó a visitar bibliotecas, leer e investigar. Se casó con Marta Tomys con tuvo 6 hijos y de quien más tarde se separó. Tiempo después conoció a Emilia Luther, su segunda esposa y compañera de ruta en su aventura en el desierto.
ARENAS MOVEDIZAS: LA COMPRA DE TERRENOS
Manuel Guerrero, propietario de campos en el partido bonaerense de General Madariaga, fue el pionero en forestar médanos y destinar esos terrenos a la explotación económica. Los bosques creados por Guerrero en su estancia Montes Grandes dieron origen, en 1918, al exclusivo balneario Cariló.
Hacia fines de 1930, Carlos Gesell se contactó con Guerrero, interesado en los beneficios económicos y comerciales que podrían obtenerse de la forestación de esas áridas tierras.
Ese encuentro marcó un antes y un después en la vida de Carlos Gesell y lo impulsó a adquirir un año más tarde, en 1931, 1648 hectáreas cercanas al mar, entre los médanos, en un lugar absolutamente inhóspito.
La zona era conocida como “Dunas de Juancho”, por la estación Juancho del Ferrocarril, el punto de referencia más relevante de la región, ubicada a unos 23 kilómetros de los terrenos comprados por Gesell.
EL LOCO DE LOS MÉDANOS
Con el espíritu audaz y emprendedor que lo caracterizaba, se propuso la ardua tarea de fijar los médanos y forestar esos lotes recientemente adquiridos, con el objetivo de producir madera para las necesidades de la fábrica familiar.
Pronto se dio cuenta de que la vegetación no prosperaba. Contrató a un ingeniero agrónomo experto en médanos, el alemán Karl Bodesheim, quien luego de realizar los estudios pertinentes le aseguró que era imposible que algo pudiera sobrevivir en ese páramo. Sin embargo, luego de una década de insistencia y trabajo duro, para 1940, Carlos Gesell, con la ayuda de su esposa Emilia y unas pocas personas que confiaron en su proyecto, logró lo que parecía imposible: fijar y forestar los médanos y de ese modo, vencer al desierto.
La tozudez, la disciplina y el ingenio, terminaron triunfando. Carlos siguió adelante con su misión por lo cual fue llamado “el loco de los médanos”.
El ambicioso proyecto, incluyó la compra de diferentes especies de semillas y plantines, la formación de cuadrículas de plantaciones de esparto para fijar las arenas vivas, la siembra de gramíneas y finalmente la plantación de árboles en tubos especiales de cartón cubiertos de brea: pinos, acacias, eucaliptos, álamos, y fresnos entre otros.
Con el tiempo, los bosques creados por Carlos Gesell, crecieron y se expandieron, conviviendo con las playas y las aguas del Atlántico. Las escurridizas arenas dejaron de ser una barrera y un obstáculo y se integraron al nuevo escenario. Luego de años de esfuerzos y de fracasos, el desierto era finalmente dominado y conquistado por la voluntad de un hombre. Así nacía el bosque de Villa Gesell.
LA CASA DE LAS CUATRO PUERTAS
El 14 de diciembre de 1931 Carlos Gesell construyó la llamada “casa de las cuatro puertas", sobre una duna de 9 metros de altura. Esa fecha sería tomada en el futuro como la fundación de Villa Gesell. Recién en 1937 se instaló allí definitivamente con su familia. Diseñada por él mismo, las 4 puertas estaban orientadas cada una a un punto cardinal distinto para dejar siempre al menos una puerta libre para entrar o salir, al resguardo de la arena y el viento.
Actualmente la peculiar “Casa de las Cuatro Puertas” es sede del Museo y Archivo Histórico Municipal.
Dos décadas más tarde Carlos y Emilia construyeron el segundo chalet, de estilo suizo, con grandes ventanales frente al mar, más amplio que la primera vivienda, y que tras la llegada de turistas y vecinos, se transformó en la administración del lugar.
EL SUEÑO DE UN NUEVO BALNEARIO
Hacia 1940 Carlos Gesell se dedicó a un nuevo proyecto, igualmente audaz e incierto, formar un centro balneario alternativo a la concurrida Mar del Plata, ofreciendo la singular y salvaje geografía de sus tierras, con médanos fijos y bosques cercanos al mar. Fantaseaba con una forma de turismo más tranquila y conectada con la naturaleza. Así nació Parque Idaho, luego bautizado Villa Gesell, en homenaje a su padre Silvio Gesell.
Lo primero que hizo fue encargar a una empresa marplatense la construcción de una casa prefabricada, para alquilar a futuros visitantes. La casa, pequeña pero acogedora, recibió el nombre de “La Golondrina”, como homenaje a esas aves que aparecen con el calor y migran con los días fríos.
Para atraer a los turistas publicó un breve, simpático y misterioso aviso en un importante periódico, para despertar interés entre los lectores y desafiarlos a la aventura. El aviso publicitado en “La Prensa” del 8 de febrero de 1941 anunciaba: “Casita solitaria frente al mar se alquila por 15 días a $100. Escribir a Carlos I. Gesell. Estación Juancho. Ferrocarril Sur”.
La respuesta no se hizo esperar, el suizo, Emilio Stark, ejecutivo de una empresa de Buenos Aires, alquiló La golondrina. A su regreso, Stark difundió su original experiencia de veraneo entre sus amistades y el boca en boca generó la llegada de más turistas al nuevo destino de la costa atlántica argentina. Así se acuñó uno de los eslóganes fundacionales de Villa Gesell: “El balneario que se hizo de amigo a amigo”.
Un nuevo paisaje se incorporaba a la cultura del ocio de los argentinos y las argentinas. La creación de una villa turística que no era ni el turismo masivo de Mar del Plata ni el de élite al que apuntaba Pinamar. Un espacio pensado especialmente para el disfrute de las clases medias, con un perfil novedoso que, como dijo Carlos Gesell, se convirtió en el paraíso de la juventud.




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