
Club Social, Cultural y Deportivo Rio Platense de Témperley


Apogeo, caída y vuelta a la vida del club Río Platense, un ejemplo de perseverancia.
Por Hugo F. Sánchez
Probablemente, en Argentina la mención de un club de barrio dibuja en el imaginario colectivo el recuerdo de una institución cercana al hogar familiar, seguramente un lugar idealizado por el paso del tiempo pero sin duda, una referencia del territorio de la infancia, como por ejemplo el Club Social, Cultural y Deportivo Rio Platense de Témperley, parecido a otros tantos de los que abundan en todo el país y en especial en el territorio bonaerense, que se fundaron y resisten el paso del tiempo y sin duda tienen una importante función social.
Justamente, el verbo resistir es una las características que distinguen al Rioplatense, una historia de resiliencia a prueba de casi todo, que tuvo un comienzo esforzado en la década del 50 de parte de los pioneros, dos tomas de las instalaciones que consumió años de esfuerzo colectivo, la pérdida de su preciada cancha, y la vuelta, la reconstrucción una y otra vez para seguir existiendo.
A fines de la década del cuarenta había un terreno ubicado en la calle El Trébol, entre Cahuazú y Defensa en Temperley en donde jugaban los jóvenes del barrio y de ahí, el 2 de noviembre de 1952 nació el Club Peñarol, en honor al cuadro charrúa, una institución de fútbol que tuvo su prehistoria en el barrio La Loma.
La flamante institución fue llamada así porque nació en un bar a cinco cuadras de la cancha, cuyo dueño era el uruguayo Tito Bonet, un despacho de bebidas a donde concurrían los vecinos que se confundían con los obreros de los hornos de ladrillo de la zona y fue allí en donde surgió la idea de tener un lugar propio.
Camisetas con barras negras y amarillas al igual que el mítico club de Montevideo, en donde “nosotros les prestábamos la pelota de tiento y los uruguayos nos cedían sus caballos”, recuerda para Identidad Bonaerense Juan Carlos Núñez, hijo de Gregorio, uno de los fundadores del club, en donde atendió el bufet y llegó a ocupar la presidencia.
“Años después, en 1967, teníamos un equipo bárbaro, con jugadores como Héctor Ostúa y Luis Gallo, que jugaron en la primera de Lanús”, destaca con orgullo Núñez, “con ellos ganamos un campeonato y con la plata del premio, más la garantía de la escritura de nuestra casa y de otros socio que tenía una sodería, se compró un terreno en Luis Abate y Paraísos, a donde se construyó la sede del Club Rio Platense”, precisa el veterano socio, un nombre definitivo para englobar ambos márgenes del Río de la Plata.
Mientras que en la cancha del Rio Platense funcionaba en un predio cedido generosamente por la fábrica Unicon a donde desarrollaban sus actividades las cuatro categorías de fútbol, partidos que llevaban a convocar hasta 300 hinchas, el club tuvo su imprescindible salón con todas las comodidades, lo que permitió que los vecinos lo hicieran su lugar de pertenencia, en donde se festejaban cumpleaños, se jugaba al billar, al truco y cada febrero, se hacían los populares bailes de carnaval.
Esos fueron los años de esplendor del club, que llegó a sumar alrededor de 150 socios, una cifra modesta pero gigante para todos los que lo hacían posible.
Ese período llegó hasta las elecciones de 1975, en donde pierde la comisión directiva encabezada por Enrique Roldán.
Así, el Río Platense empieza un fulminante proceso de descomposición que culmina con el cierre de la institución en 1977, hasta que Miguel Espinoza, el presidente en ejercicio, le cedió las llaves del club al “Gordo Pichicuchi” -apodo que viene de un personaje creado por el actor Jorge Porcel-, con la promesa de que le daría nueva vida al lugar.
En su lugar, el llamado “Pichicuchi”, según recuerda el actual miembro de la comisión directiva, Juan Schmidt “ocupó las instalaciones con su familia y armó campeonatos en su propio beneficio”, detalla, una época en donde aquel glorioso equipo de antaño ya jugaba en otras canchas y se había convertido en una formación de veteranos.
Esta situación se prolongó hasta 1999 “cuando con alrededor de 30 personas fuimos y desalojamos al intruso, que había hecho un desastre”, cuenta Schmidt.
La vuelta fue difícil, hubo que rehacer los baños, comprar un televisor, reacondicionar el salón y todas las pequeñas tareas que implicó poner nuevamente en funcionamiento el club.
Pero los padecimientos no habían concluido. Por problemas en la organización de la comisión directiva, cuyos integrantes no tenían tiempo para dedicarle horas al club, se le dio por tres meses la concesión del buffet a un albañil que estaba con poco trabajo y tenía una pizzería en su casa, “se le hizo un favor y se quedó hasta 2021”, evoca con tristeza, “durante esos años el lugar era cualquier cosa, había prostitutas, violencia y todo lo malo que te pudieras imaginar, cuenta a este medio Juan Schmidt.
Finalmente, otra vez con un grupo de socios (ahora acompañados por la policía), se expulsó al ocupante y… volver a empezar.
Hoy, sin fútbol -aunque el proyecto es poner en valor la abandonada canchita al lado de la fábrica- al Club Social, Cultural y Deportivo Rio Platense concurren alrededor de 100 chicos para aprenden artes y oficios como parte del programa de la provincia de Buenos Aires “Envión”, que promueve la inclusión digital a través del uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación.
Y claro, como desde su fundación, continúan los campeonatos de truco con buena parte de la vieja guardia, que conviven sin conflicto con los vecinos que concurren a los cursos de ajedrez, gimnasia, zumba o a festejar cumpleaños multitudinarios llenos de caras conocidas. Las del barrio.





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