Identidad Bonaerense

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San Miguel Arcángel

Ramiro Pozzo
Ramiro Pozzo
San Miguel Arcángel
18/10/2024

Por Ramiro Pozzo

Para el juego de Kosser se precisan huesos que componen la rodilla de un caballo, diez de ellos parados y alineados, a pocos centímetros uno del otro y dos más a cada lado a medio metro de los otros diez. Estos “soldados” deberán derribarse arrojándoles otros huesos similares desde trece metros de distancia. Gana la pareja que voltea a todos primero. Así se entretenían los alemanes del Volga hace dos siglos y sus descendientes bonaerenses de Colonia San Miguel Arcángel decidieron retomar la diversión. “Se practicó cuando se fundó el pueblo y pasaron muchos años que se había perdido. Hace poco lo volvimos a implementar y con mucho éxito. Se está jugando acá y en pueblos vecinos. Hoy estamos en tratativas de ponerlo como deporte en los Juegos Bonaerenses,” asegura con entusiasmo Juan Carlos Baier, Delegado Municipal del pueblo desde hace siete años. 

Desde Carhué, cabecera del departamento de Adolfo Alsina y también desde cualquier otro punto cardinal, se llega a San Miguel de Arcángel, por camino de tierra, pasando por varios campos sembrados y algunas construcciones que hoy son tapera. En otros tiempos se llegó a los 3 mil habitantes, pero luego de inundaciones y alguna que otra crisis económica hace diez años apenas superaban los setecientos y hoy no llegan a los seiscientos.

“En el 2001 tuvimos una gran inundación. El pueblo quedó aislado mucho tiempo y muchos habitantes se fueron. Eso ya no es problema. Se han hecho obras para poder transitar normalmente. En la actualidad se puede llegar desde varios lados, pero estamos cerca de cumplir 121 años de existencia y aún no hay vías asfálticas de ningún tipo” se lamenta Baier. “Es una pena porque la zona es muy productiva; es fundamental la ruta 65 que venimos peleando hace un montón para un acceso más corto hacia el sur del país. Aliviaría el tráfico en la ruta 33 que tiene muchos accidentes y bajaría los costos de transporte hacia la Patagonia. Ya lo hemos planteado, pero no es fácil”. 

Si por casualidad, o a propósito, uno entra al pueblo un 29 de septiembre, posiblemente encontrará a la población celebrando un nuevo año de existencia. Tal vez haya acordeones tocando y gente bailando polca, puestos que ofrecen filsen, un budín de pan con manzana, cerveza artesanal y gran parte del pueblo presente. Una situación parecida puede ocurrir si se llega en enero, para la Fiesta de la Cerveza Artesanal. 

A mediados del siglo dieciocho los habitantes de lo que hoy es Alemania sufrían persecución religiosa, altos impuestos y las secuelas de la Guerra de los Siete Años, que los había dejado en la ruina y con escasez de tierras. Por eso, cuando en julio de 1763, la Emperatriz Catalina  les envió una invitación a poblar tierras rusas con algunas exenciones de impuestos y sin tener que renunciar a su lengua ni a su religión, acudieron decenas de miles. Para 1767, se habían organizado más de cien colonias a lo largo del Rio Volga cerca de Saratov y cien años más tarde la población superaría los 250 mil. 

Sin embargo, las condiciones de vida eran duras para los alemanes rusos y para fines del siglo diecinueve, el gobierno les suprimió beneficios y limitó sus libertades religiosas y culturales. Canadá y Estados Unidos los tentaron con sus propias invitaciones y hasta envió reclutadores a Europa. América se convirtió en la nueva tierra prometida. Un grupo de 200 familias se asentaron en el sur de Brasil con la intención de seguir sembrando trigo como lo habían hecho en Rusia. Allí encontraron tierra fértil pero no apta para trigo. 

Mientras tanto, más al sur, la Ley de Inmigración y Colonización del presidente Nicolás Avellaneda alentaba la llegada de comunidades europeas dispuestas a trabajar las tierras aún vírgenes y despobladas de Argentina. En 1877, entre estos colonos de Brasil y el gobierno argentino, se acordó la entrada de 50 mil inmigrantes al país. No solo les ofrecieron tierras buenas para el cultivo de trigo, sino que también se les garantizó la libertad de credo e idioma además de eximir a sus jóvenes del servicio militar. 

“Nuestros antepasados habían puesto pie en tierras argentinas, echando raíces en la zona de Olavarría, fundando Colonia Hinojo, en el sur de la Provincia de Buenos Aires y Colonia Real en Entre Ríos. En su peregrinar hacia el sur y oeste de la Provincia de Buenos Aires también fundaron en Coronel Suárez, expandiéndose hacia Arroyo Corto, Espartillar, Cascada, Pasman. En 1903, los Hermanos Wagner, Juan y Guillermo ampliaron el radio de descendientes buscando más hacia el oeste. Fueron quienes tomaron contacto con Antonio Leloir queriendo comprar tierra. Revisaron la zona, le gustaron los campos, hicieron correr la voz y surgieron 15 familias interesadas. Una vez fundada la colonia, vinieron a cultivar la zona con años de mucha crisis, poco régimen de agua. Hoy, con buenos regímenes de agua la zona es muy productiva,” cuenta el delegado. 

Cuando no están festejando su aniversario, gran parte de los sanmiguelenses se ocupan en la agricultura y la ganadería. El trigo y la cebada son los cultivos principales, pero sus campos también germinan girasol, maíz, avena, arvejas, soja y recientemente, olivos. Estos últimos son protagonistas de visitas guiadas y forman parte de un “triángulo turístico”, paquete compartido con los vecinos pueblos de Carhué y Rivera. Algunos emprendedores del pueblo también están probando suerte haciendo cerveza artesanal y miel.  

Para cualquiera que visite la colonia, la parada obligatoria es su icónica iglesia, destaca sobremanera en un pueblo tan chico. La edificación tiene poco menos tiempo de vida que el pueblo, data de 1907; construida con ladrillos rústicos, de estilo gótico y con ventanas ojivales y vitrós multicolores. Goza de ubicación en el centro de la localidad y es la única construcción rodeada de calles asfaltadas. Se presume que su campana puede oírse en un radio de hasta 3 km de distancia. Una mayólica en su interior rinde tributo a sacerdotes y monjas locales; San Miguel Arcángel ostenta ser la localidad del país del que han surgido mayor cantidad de vocaciones religiosas de la iglesia católica. 

También es imprescindible para el turista ubicar la calle Alemanes del Volga donde se encuentra el cementerio, impecablemente mantenido, con sus esculturas de ángeles en la entrada, su arbolada prolijamente podada en formas geométricas y sus estaciones del Vía Crucis representadas en mayólicas.

Carlos Baier lucha a diario para mantener con vida la cultura de sus antepasados: “Hace unos 3 años logré traer una profesora de alemán. Nosotros tenemos un dialecto, pero hoy nos da cursos de alemán para ir manteniendo nuestro idioma, que lamentablemente se va perdiendo”.

 Han pasado ya doce décadas desde que un puñado de familias de origen alemán compraran 10 mil hectáreas en la pampa bonaerense y decidieran dar descanso al trajinar de generaciones. “Se fue achicando la población. Las fuentes de trabajo son escasos; pero en los últimos años se han logrado buenas producciones en agricultura haciendo que gente quiera venir. Recientemente, se han hecho viviendas nuevas, gente que llama y pregunta por terreno. A falta de muchas cosas se vive tranquilo que es fundamental hoy en día.” Como estos alemanes del Volga, tal vez hayan finalmente encontrado su lugar en el mundo en San Miguel Arcángel.