
Hurlingham y el rock


“Yo sostengo que Hurlingham es la mejor ciudad del mundo,” asegura sin titubear Laro Bialobrzeski. “Tiene un montón de historia totalmente desaprovechada. Por acá pasó Urquiza para pelear con Rosas en 1852 en el Palomar; acá hay un polideportivo donde descansó San Martín luego de la Batalla de San Lorenzo. Hace 140 años, los británicos cayeron acá e hicieron un club que le dio el nombre a la ciudad.”
La fecha de la batalla mencionada fue usada para nombrar al vecino Partido Tres de Febrero; el por ese entonces, Coronel José de San Martín, había pasado por el ahora, Polideportivo Municipal; la “mejor ciudad del mundo” fue bautizada a partir del Hurling Club: Los inmigrantes anglosajones a los que Laro hace referencia vinieron con la construcción del ferrocarril y fundaron un club social y deportivo donde podían practicar ese deporte de equipo de origen gaélico-irlándes y primo hermano del hockey. Además de hurling, allí también jugarían al polo, al criquet, al golf, al rugby, y al tenis en las únicas canchas de tenis sobre césped del país.
Bialobrzeski se presenta como periodista de rock e historiador de la ciudad de Hurlingham. “Siempre estoy hinchando las pelotas con el rock y la historia de Hurlingham. Acá levantás una baldosa y hay alguien tocando instrumentos. En toda la zona Oeste “está el agite” como dice Mollo”, asegura tras citar la frase de “El 38” de Divididos.
Laro también es manager de bandas como Monos en Bolas y le gusta organizar recitales donde participan Gallos Negros, Cabeza de Chola, Cámara séptica, Los Kayak, El Ahujero (Sic), Cayacanaya, Jamón de Menta, todas de por ahí. “En el oeste pasa algo muy especial con el rock. A Hurlingham lo tomo como foco, pero tenemos a Palomar con los Piojos y en Morón hay una movida de rock terrible. Acá se escucha rock todo el tiempo.”
Para explicar por completo el entusiasmo del hurlinghense por el rock, es necesario mencionar el Barrio Inglés y la mansión de la esquina de calle Güemes con Canning al 1020, ahora Crucero General Belgrano. Uno de los hijos de los inmigrantes británicos, dueño de la casa fue Timoteo Mackern, a quien sus padres, en la década del sesenta, enviaron a estudiar a una de las secundarias más exclusivas de Europa en el norte de Escocia. En la Gordon Stand, Timmy compartiría aula con el príncipe Charles, pero más importante, también con un italiano llamado Luca Prodan.
Al terminar sus estudios, el angloargentino volvería a la Argentina y años más tarde invitaría a su amigo Luca que, destrozado por la heroína, necesitaba un lugar libre de drogas donde transitar su rehabilitación y recuperar la esperanza de prolongar la vida. “Venite a la Argentina, acá no hay heroína.”, cuentan los relatos de época que Timmy le escribió a Luca. Su amigo le hizo caso y poco tiempo después, Timmy sería el futuro manager de Sumo además de anfitrión de la sala de ensayo en la mansión Mackern en Hurlingham.
“Ahí la gente saca foto porque es el epicentro de Luca en la Argentina. Ensayaban ahí, en la bodega de la casa, donde estaba lleno de vinos y se chupaban todos los vinos hasta que un día Timmy los echó a la mierda.” La anécdota se cuenta en un paseo guiado que decidieron armar Laro Bialobrzeski y sus colegas Eduardo Diana y Horacio Magnacco: La Ruta de Sumo. Recorren los lugares donde la banda que lideraba Luca Prodan dejó su huella. Salas de ensayo, locales donde hicieron recitales, bares de la Estación Hurlingham donde Luca iba a tomar ginebra, calles y escenarios que inspiraron letras de sus canciones.
“Luca se trajo un guitarra, conoce al cuñado de Timmy, Germán Daffuncio, un amigo del barrio, Alejandro Sokol se suma con el bajo. Luca trae a Steffanie de Inglaterra para tocar la batería. Se va Steffanie con la Guerra de Malvinas, Germán pasa a batería y entra Diego Arnedo al bajo. Luego hacen base en la casa de Timmy y allí despega Sumo,” resume Laro. Luego se sumarían Ricardo Mollo en guitarra, Roberto Petinatto con su saxo y “Superman” Troglio reemplazando a Sokol en batería. Prodan armaría, además, tres bandas “hijas” para juntar unos pesos más: Sumito, Ojos de Terciopelo y la Hurlingham Reggae Band. El cantante lideraba en las tres y los músicos iban rotando. Todo giraba alrededor de Sumo.
Muerto Luca Prodan de una sobredosis a fines del 87, Sumo se desintegra, pero reencarna en Dividos y Las Pelotas. Los guías explican a su público que Hurlingham siguió siendo anfitrión del rock: “Diego Arnedo vivió en Hurlingham hasta hace pocos años; Petinatto, era normal verlo en el barrio cuando no era estrella de televisión; Alejandro Sokol vivía en Parque Quirno; Germán Daffuncio en el centro; Mollo y Arnedo con Dividos ensayaban acá. Cuando murió El Pelado, les costó un montón volver a remarla. Era normal ir a Cemento a ver a Divididos y ellos viajaban con nosotros en el San Martín.”
Los sesenta mil hurlinghenses disfrutan y se enorgullecen de sus 36 mil metros cuadrados con amplios espacios verdes, sus dos ramales de trenes que la atraviesan, sus barrios con arquitectura de claro estilo inglés, sus referencias históricas de batallas e inmigración y también de su lugar en la movida del rock argentino. No está más la Pacman Discoteque, donde alguna vez tocó una banda que se atrevió a cantar en inglés en pleno conflicto con el Reino Unido por las Islas Malvinas. En “La Ruta de Sumo” se cuentan mitos y verdades que los asistentes de más años confirman, alimentan o desmienten. Hoy los recitales se hacen en el Pub La Fuente o el Galpón de Hurlingham.